Toda estructura ha de apoyarse necesariamente en el terreno, que puede considerarse un material más de los que la conforman. Sin embargo, en comparación con el resto de los materiales estructurales, como el hormigón o el acero, el suelo es menos resistente y más deformable.
Por consiguiente, no puede resistir las mismas tensiones y resulta preciso dotar a la estructura de unos apoyos o cimentaciones que repartan y transmitan al terreno unas presiones que sean compatibles con su resistencia y con su deformabilidad.
La forma y las dimensiones de estos apoyos son función de las cargas y de la naturaleza del terreno. Cuando éste lo permite, se suele acudir a cimentaciones directas, que reparten las cargas de la estructura en un plano de apoyo horizontal.
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